Imbunche 3
Salvador Young, Chile
16 abril 2022
Iba feliz de la vida subiendo las escaleras, un kilo de hielo en cada mano, cuando se encontró, frente a su puerta en el tercer piso, con la escena de las vecinas: la gordita del segundo piso, con su cara de animalito perdido, modulando algo indescifrable que podría haber sido un saludo o un diálogo interno, y la antipática de al frente suyo, la neurótica de la bicicleta plegable, tratándola como el pico. Ni se alcanzó a fijar en lo que intercambiaban, pero era chistoso. Obvio que a la gordita le gustaba la otra, pero algo de dignidad amiga. En fin, Joaquín ya quería estar en casa; sus brazos flacos se estiraban con el peso de las bolsas heladas, agotado como estaba además por el calor de esa tarde ruidosa y estancada de marzo en Santiago. Ya les había advertido: buena onda la despedida de soltero, pero él ponía la casa no más, porque si les sacaban un parte, él tenía que poner la cara. Además de ordenar la cagadita que iba a quedar… eso cuesta más que cualquier fucking cuota de 15 lucas. Puta que son derrochadores los amigos, se pasaron. Y además, ¿quién le iba a pagar los platos rotos y los vasos perdidos? Y a ver si alguno se paraba tan chorito pa’ decirle otra cosa. No po’, atroz, si se pasaban a veces. Él no iba poner ni uno.
Tenía hambre. Qué suerte que la Mane estaba por llegar con comida. Era la mejor amiga del celebrado, el Nacho. Como era chef, ella se había ofrecido a preparar cosas. Seguro traía algo gourmet, ¡qué rico! Ya le conocía la mano, ¡qué hambre! Estaba cagado de hambre. Le había prometido que llegaba antes de las 20:30; en el reloj de la entrada del edificio vio que eran las 20:10 y el celebrado estaba citado a las 21:30. Justo había almorzado poco. No quedaba mucho en el refri, por ahí unos restos de arroz que había hecho su roommie y que se lo sirvió con un huevo y después un yogurt que encontró detrás de otras cosas (también de su compañero de piso). Es que no estaba ni ahí con comprar algo, si iban a traer cosas después po’, y tenía que aprovechar, porque estaba en la pitilla, sin ni uno. Frente a su puerta, mientras se hurgueteaba los bolsillos buscando las llaves, dejó los saquitos de hielo en el suelo, que empezaron a formar pequeñas pozas en las baldosas. Primero intentó el bolsillo derecho y nada. Luego el izquierdo: la billetera, livianita sólo con su tarjeta de débito y nada más. Por último, el del poto: nada de nada. Conchesumadre, las llaves del departamento. ¿Qué hacer? Y tampoco el celular, por la cresta. Se le habían quedado adentro, se le había quedado todo en la casa, y la amiga no tenía la dirección exacta. ¿Qué hacer? Puta la weá, estaba cagado. Lo iban a matar. Los amigos se habían conseguido de todo para la noche, hasta un vedetto, y él, el encargado del local, no tenía ni las llaves. Para remate, adentro sonaba suavecito el ring de su celular. Qué vergüenza, por la chucha. Seguramente era la Mane; iba a tener que ir afuera a ver si llegaba porque no se sabía el número del departamento.
Adentro su ringtone se burlaba, como ají en el poto, vibrando despacio, manifestándole lo ridículo que era todo, y de reojo miraba esa absurda pieza metálica que era la cerradura, ese enroque de fierro que lo separaba con indiferencia y radicalidad de su espacio, su living space, su teléfono, su pieza, su hogar, su vergüenza. No podía ganarle una weá de lata, la golpearía con otro metal o no sé, la forzaría con cualquier cosa hasta que cediera, no podía ser que eso les dejara toda esa noche en pana.
Bajó corriendo las escaleras hacia el patio de los edificios, buscando la aguja en el pajar, algo que le sirviera, algún fierro, algún cable, algún alambre filoso para forzar ese nudo de fracciones de latón, explorador en búsqueda de un tesoro pobre en medio de las matas de pasto chascón y tierra negra, hasta que encontró un palito de tejer entre unos ladrillos y uno que otro mojón de perro. Francamente, la gente es muy rasca, ninguna educación, imposible que pase eso en una ciudad europea; si tienes perro, mínimo gesto de civilización recoger la caca. Con arma en mano pasó por la entrada del condominio para ver si por milagro llegaba la Mane. Se sentía mareado, completamente dependiente del celular, sin tener cómo medir el trascurso del tiempo, estaba cagado, tenía que esperar no más a que llegara alguien del convite para pedirle el aparato. Chucha, se acordó de que había dejado las bolsas con hielo tiradas allá arriba; obvio que ya estaban hechas agua, desparramadas por el piso. Puta la weá, todo mal, qué onda la mala suerte. Y para más remate, ahora veía llegando por la vereda justo el guataca amigo del Nacho; por la chucha que le caía mal ese guatón lechoso mala onda.
Le cargaba este weón del Marcos, tan creído, cara de nada, rasca y cagüinero, que en el fondo estaba puro picado porque hace un mes se había agarrado al Felipe (el mejor amigo de Marcos), y el muy desgraciado le había tirado la piscola en la cara cuando lo había encarado por los pelambres y las mentiras: que era un jote y que puro había logrado agarrarse al Feli de tanto cargosear. De a dónde. Le había llegado por tres conocidos el chamullo. En verdad el weón loser se hacía el mejor amigo del Feli para estar cerca de él; si se notaba que se moría por el Feli. ¿Qué culpa tenía él de que fuera un feo y fofo y no lo pescara? Era pura envidia de que le fuera mucho mejor, y es que nada que hacer, si él era mino y de lo más interesante que hay, estudiando estética, cola, inteligente y culto, no es cualquier cosa po’, y ahí la loca fea y fuerte le tiró la piscola pegote a los ojos en pleno Hung up de Madonna, y cuando intentó pegarle la muy mariquita se arrancó corriendo. Y ahora llegaba tan pancha a su casa, ¡qué lata!
¿Y no se suponía que era en tu depa la despedida y que ibas a estar estupenda a partir de las ocho? Ya son ya las 8:30, po’ gaio, ¿qué onda?
Weón, se me quedaron las llaves adentro.
Jajaja. ¡Te pasaste! No sé cómo tus amigos confían en vo’, pendejo.
A ver, idiota, ¿acaso no te ha pasado nunca? Préstame tu celular pa’ llamar a la Mane mejor será, que el mío se me quedó arriba.
Jajaja, francamente eres un desastre.
Más respeto, mierda. Ya pásame tu celular pa’ hablar con la Mane
No querí na’ voh. Ya, oh, ahí tení, y te lo paso sólo porque quiero que salga todo bien en la despedida del Nacho.
¿Cómo se desbloquea esta weá?
Uy, el weón, ¿sabís hacer algo bien? Chí.
Cierra el hocico, venenosa culiada, y pasa. ¿Dónde está el teléfono de la Mane
Jajaja, más encima te tengo que hacer la weá. Qué penoso eris (Se lo sacó de las manos y marcó).
Mane, ¿cómo estay amiga? Te morí, me encontré con el incompetente de Joaquín y está afuera de su edificio sin llaves. Jajaja, ¡Sí! Total. Hevi. Sí. Ya, es el número 303, vamos a estar en la entrada. Bacán, igual. Por siaca, tráete un número de cerrajero. Jajaja. (A Joaquín): No ha salido de su casa porque no paraba de llamarte. Eris muy pastel. Va a llegar como en 15 minutos. Por mientras intentemos de abrir la puerta, ¿no?
Me vas a tener que pasar de nuevo el teléfono pa’ contactar a mi roommie. No me sé de memoria su número, así que voy a tener que meter en Facebook pa’ ubicarlo.
Linda la weá, te pasaste.
Mira, imbécil (mostrando el puño), si sigues así te va a llegar. Igual por mientras vamos subiendo al departamento a ver si con esta puntita (palillo de coser en mano) cede la manilla.
Jajaja, eris muy ridículo.
(Rozándolo con el puño) Conchesumadre, si no parái te voy a dar y bien fuerte.
Ya, calmado, qué onda lo alterado. Ahí tenís el Facebook, ponle usuario y contraseña. Oye ¿y quién recibe a la Mane
Mejor tú quédate aquí y yo al depto a ver si puedo abrir.
Mira, buena onda, pero mejor te ayudo y que nos llame cualquier cosa. Para serte sincero, no te pongo todas las fichas armado con tu palillo.
Ahí Joaquín se le tira encima, lo agarra y lo tironea del cuello, justo cuando se escucha la voz de Felipe.
¡Ey! ¿Qué onda ustedes? Agarrándose a mocha las weonas, qué ordinariez (los separa). Parecen salidos del corral, ¿qué onda?
Te juro que voy a matar a este conchesumadre.
Más respeto, animal.
(Felipe se pone en medio de los dos, todavía forcejeando). ¡Ya párenla! ¿Y qué onda que están acá y no en el depa?
A este jote de mierda se le quedaron las llaves adentro.
(Joaquín se vuelve a tirar encima) Lo mato, lo mato.
¡Ya paren, qué onda! (Joaquín lanza patadas o combos).
Joaquín, por favor, para, pareces un demente. ¿Y la Mane, qué onda? Tenemos que preparar todo ya, a las 21:30 llega el Nacho y a las 21:45 el vedetto. Tiene que estar todo listo, si no ¿cómo los vamos a recibir? A ver, ¿cómo que se te quedaron la llaves? Tenemos que entrar ya a tu depa.
En ese momento detectaron acercándose a un joven de un metro ochenta, pálido, pelo castaño, ojos verdes, nariz recta, bien armado de cuerpo, esbelto, músculos marcados, boca bien dibujada, que saluda simpático a Joaquín, sumándole una linda sonrisa a su cara.
(Marcos, boca abierta y los ojos fijos scanneando al chico de la vereda, a Joaquín) ¿Me vai a decir que ese es el que te joteay ahora?
(Joaquín vuelve a saltar) Te voy a aforrar.
(Felipe, interesado y cocoroco, a Joaquín) ¿Está bueno tu vecino? ¿Es gay? ¿Te lo estay comiendo
(Joaquín, más relajado, pero evitando cruzar la mirada con el otro) ¡Ay qué son! Es mi vecino y es hétero. Ahora, por favor, aléjenme a este chancho, si seguís tan víbora no te dejo entrar a mi casa, aunque el Nacho te haya invitado especialmente. Pa’ que sepay, yo decido quién entra o no a mi casa.
¿Me estái amenazando, Juaco?
(Enseguida interrumpe Felipe) Ya paren, se acabó esta tontera. ¿No ven que nos está viendo todo el mundo? Mira este guapetón y ustedes dando jugo, qué vergüenza.
(Ahí el vecino guapetón a ellos) ¡Hola!, ¿todo bien ustedes, algún problema?
(Joaquín) Ay, veci, me quedé sin llaves y tengo invitados y no logro contactar a mi roommie.
(El vecino) Ah, pero yo tengo un truco para trabajar la cerradura, veamos si funciona.
¡En serioooo! Oye, si lo logras y podemos entrar a mi casa, porfa, súmate al carrete, va a estar demasiado bueno, con una amiga guapísima, obvio que te va a gustar. Ah, buena, justo no tengo nada para hoy.
(Joaquín armado con el palillo) Si no, en todo caso yo tengo esta cosa puntuda pa’ forzar la weá.
(Felipe) Ya, hagamos lo que podamos. (A Marcos) ¿Te quedas tú acá a esperar a la Mane, para ayudar a bajar las cosas del auto? (A Joaquín) ¿Y tu roommie qué onda?
Salió en la tarde, justo le estaba pidiendo al imbécil de tu amigo que me prestara su celular para llamarlo.
(Marcos, interrumpiendo) Pero es que este weón, como no sabe hacer nada, se lo estaba haciendo yo.
Una más y te echo a patadas de mi casa.
Jajaja, será cuando entremos a tu casa… si podemos.
(Interrumpe Felipe, pasándole su celular a Joaquín) Toma, usa el mío mejor. Subamos y apuremos la causa, que estamos ultraatrasados.
Nota de la editora: En esta nueva Serie, Salvador Young nos presenta con un retrato agudo, crítico y lleno de humor de la sociedad chilena. Con cada nuevo Imbunche se ensambla una crónica una idiosincrasia a partir de fragmentos que con un poder amplificador delinean sus peculiaridades. El entramado de esta serie nos muestra con ingenio y humor fronteras sociales en jaque, tales como género y clase social. Puedes ver el número siguiente de la serie aquí.