trocha 9

Rodrigo Ramos, Chile

23 agosto 2022

Trocha es una serie. Puedes leer Trocha 8 aquí.

Una chica de no más de 18 años, delgada, enfoca a un perro con su celular. El perro nunca sabrá que está apareciendo en un teléfono móvil de Venezuela. La chica, desde un costado del Terminal de Buses de Antofagasta, le dice al receptor que hasta los perros en Chile están bien alimentados. Luego se ríe, y apura el paso. Ella se pierde entre un grupo de personas, maletas, mochilas y bultos inclasificables. La mayoría de los migrantes está sentada en el suelo. El lenguaje de las parkas acolchadas, bufandas y abrigo dan cuenta de la lucha contra el frío. Está nublado. Ellos esperan. El cansancio se lee en algunas miradas. Los jóvenes y los niños son los más entusiastas. Unos niños patean una pelota. 

Algunos usuarios del terminal se detienen, contemplan la postal y sacan fotografías. Otros, en cambio, ni se inmutan del drama que respira a unos metros. Los migrantes agradecen gestos como recibir algo de comida. A muchos les incomoda que los compadezcan. No están acostumbrados. Puede decirse que antes de la debacle de Venezuela, ellos perfectamente sostenían una vida similar a la clase media chilena. 

Soy Ariana del Valle, y tengo 19 años. En Caracas, Venezuela, estudiaba segundo año en medicina y trabajaba medio tiempo. A estas alturas, ni siquiera habían empezado las clases. Tuve que dejarlo todo. Allá con cualquier trabajo que tengas, la situación es difícil. A veces se trabaja de lunes a lunes, y el dinero es poco. No alcanza. En mi caso, nunca me faltó el alimento, pero hay personas que la ven muy duro. Una vez que regularice mi situación, quiero estudiar medicina en Chile. Sé que tengo que someterme a una evaluación o algo parecido aquí. Si hubiera terminado medicina allá, seguro que habría tenido un sueldo bajo, para lo mínimo. Aquí es distinto, me dicen. 

Me vine sola. Mi mamá se quedó allá. Tengo familia en Chile.  Ellos llevan  cuatro años radicados en Santiago. Les ha ido bien; si que te vaya bien consiste en tener un trabajo para salir adelante. Salí de Caracas hace 13 días. De Caracas pasé a Cúcuta (Colombia), Cuenca (Ecuador), Lima (Perú) y Bolivia. De Caracas a Lima fue un viaje fácil, pero cruzar de Perú a Bolivia es más complicado y peligroso, especialmente en Desaguadero. No me han acosado, porque he venido acompañada por compatriotas que he conocido en el camino. Ha sido muy chévere compartir con ellos esta experiencia. Nos acompañamos. Nos protegemos. 

La parte más complicada es caminar con frío por el altiplano, entre Bolivia y Chile. Nosotros no estamos acostumbrados al frío. Aquí es extremadamente fuerte. Puedo decir que la experiencia fue entre bien y mal; bien, porque fue rápido y mal por la desesperación de los niños que lloraban de frío al cruzar la frontera. Ves personas que se desmayan por la altura. Pasas hambre. Yo pasé con un grupo grande de personas, que iban con bebés, niños, y con el miedo constante de la incertidumbre. 

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Me llamo Jesús Sangroni, tengo 52 años, y en Venezuela trabajé parte de mi vida como mecánico de planta, lo que me permitió llevar una vida de clase media. Dejé mis hijos allá, y vine a juntarme con mi esposa que trabaja en el sur de Chile. Migramos por la situación económica. Allá hay mucha pobreza, mucha hambre. Ahora con el nuevo cambio monetario que empieza a regir este mes, será peor. Con un sueldo tu compras un paquete de harina para el pan. Así de simple. Los profesores, por ejemplo, ganan cuatro dólares. Las personas están sobreviviendo porque le están enviando remesas de otros países. Con el sueldo no alcanza para nada. 

La gasolina, por ejemplo, es muy económica. Con una moneda uno llena el estanque del auto. Todavía es económica, pero desapareció, ya no hay. 

La supuesta revolución de Chávez inició el hundimiento del país. Maduro acabó con el país. No hay gasolina. No hay bombona de gas. No hay nada. Ni un refresco te puedes beber. Hay una necesidad tremenda. Por eso la gente huye, sin importar lo que deja atrás. 

Quienes están bien en Venezuela son los militares y los que trabajan para el gobierno. Ellos tienen todos los beneficios, después de expropiar a todo el país. Ellos mismos, y sus familias, compran las casas de quienes nos vamos. Un departamento de tres habitaciones, por ejemplo, se puede conseguir en cuatro mil dólares (alrededor de tres millones de pesos en Chile). Las personas venden todo rápido, para irse. 

Nosotros llevamos 14 días viajando. Hemos dormido en la calle; a veces, no hemos desayunado ni almorzado. Y bueno, es un sacrificio necesario para un mejor futuro. Partimos en Maracaibo, después seguimos por Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y hasta aquí. Lo peor es Perú porque nos tienen rabia. Aquí, en cambio, los policías y las personas son más amables.  La frontera la pasamos caminando por el desierto. Caminamos dos horas entre Pisiga y Colchane. Fue duro, por el frío. Otras personas realizan una ruta de seis horas a pie entre Tacna a Arica, que es más difícil por las minas enterradas. 

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Soy Eugenia Rodríguez, tengo 47 años, y al momento de irme no estaba trabajando. Soy licenciada en administración y educadora. En mi país, si no estás con el Estado, entonces no tienes oportunidades de trabajo ni nada. Ser honesta me pasó la cuenta en Venezuela. La situación en Venezuela es muy difícil.  Si bien ahorita no hay escasez de alimento, el problema es el acceso a éste a través de la moneda. Hay devaluación constante de la moneda, y una inflación que pasó todos los límites. Y esto repercutió en el ciudadano común al no poder acceder a alimentos esenciales para el ser humano. Yo podía alimentarme una sola vez al día, y así debe ser para el 80% de los venezolanos. 

Soy venezolana, pero vengo de Lima. Salí de mi país por la situación económica y social. Es una situación crítica. Para llegar acá, pasamos por pasos irregulares. Gracias a Dios, no nos pasó nada, pero es peligroso el viaje. Hay gente que en el medio anda en la búsqueda de dinero, de ambición, y por consiguiente se torna complicado. Hay que andar atentos. Ya aquí, en Antofagasta, una está más tranquila.