trocha 2

Rodrigo Ramos, Chile

8 enero 2022

Trocha es una serie. Puedes leer Trocha 1 aquí.

Jennifer Mercado, 22 años, era estudiante de administración antes de emigrar de Venezuela. Ella espera junto a su bebé en brazos en una esquina del centro de Antofagasta. Espera que le den dinero. Espera continuar su vida. Espera una puta moneda para poder moverse. Espera juntar esas monedas para poder optar a abrigarse. 

Su imagen no impacta tanto como en los primeros días, cuando nos sorprendíamos con los niños pasando el día en las calles, sin ir a la escuela ni nada. Pero, también, con el tiempo, nos habían dejado de sorprender los niños gitanos con los mocos colgando, a veces a pie pelado, con el pelo tieso, corriendo por los costados de la Plaza Colón. Eran niños invisbles, de color sepia, en blanco y negro, como el bebé de Jennifer Mercado. 

Jennifer salió hace siete meses desde Caracas, para embarcarse en un viaje que primero la llevó a Lima, Perú. En esa capital juntó algo de dinero, y siguió, con cuatro meses de embarazo, junto a su familia hasta Tacna, con la idea de cruzar hacia Chile por la costa. Si hay algo que tiene tradición en Tacna, la fronteriza Tacna, es el coyotaje: taxistas que llegan a la frontera a dejar migrantes. 

Un coyote peruano dejó al grupo de siete personas, a las cuatro de la madrugada en un sector costero, en las cercanías del control fronterizo del vecino país. Vayan, caminen, les gritó el coyote y se esfumó en las dunas, con los dólares de alguien que no tenían mucha idea de cuánto valía aquí o allá. Caminaron. Llevaban unas botellas de agua y galletas. Nadie les advirtió que se trataba de un camino peligroso por la existencia de minas enterradas. Caminaron. Quizás lo de las minas sea pura imaginación. Después de siete horas de caminata por las dunas, sin saber que pisaban huevos, divisaron el aeropuerto de Chacalluta, en Arica, la primera ciudad de Chile de norte a sur, con sus aviones que suben y bajan como balancín. Luego, por otras personas que viven por el sector, se enteraron que habían pasado por un campo minado.  No les importó. Lo que se deja atrás no interesa. El reseteo es a cada paso hacia adelante, como el título de la película de Van Damme, Retroceder Nunca Rendirse Jamás.

Decidimos venirnos a Antofagasta, para poder quedarnos un tiempo. Yo estoy con mi bebé, que nació en Chile. Ya es más difícil moverme con mi hijo. Quiero trabajar

José Gutiérrez, de 20 años, de Maracaibo, está con su pareja de 18 años, y un bebé de meses en sus brazos en la esquina de Matta, con Orella. Él cambia golosinas por dinero. Al día, cuenta, deben reunir alrededor de 10 mil pesos, para tener un techo dónde dormir. Conseguir comida es más fácil, dice con una sonrisa, este ex vendedor de frutas en Venezuela. La mayoría de las veces la comida llega por la compasión de quienes lo ven. José es moreno, delgado como una lagartija, no traspasa el metro 70 de estatura y tiene todas las ganas de comenzar una nueva vida en Chile. Reconoce, ante la mirada esquiva de su pareja, que llegar a Antofagasta es un avance porque se nota que hay posibilidades, es un pueblo grande. Antes, estuvieron en Iquique, donde permanecieron varios días encerrados en una residencia sanitaria. José Gutiérrez y su pareja, embarazada de ocho meses, pasaron a Chile, por un paso no habilitado, en Bolivia. La caminata fue de alrededor de seis horas, de madrugada,

Fue un camino largo, frío, y donde la altura no te deja respirar, hasta que alcanzamos un refugio en Colchane. Allí, Carabineros nos tomó los datos. Un bus nos llevó al refugio de Iquique. El embarazo de mi pareja nos dio más posibilidades, además que queríamos tener a nuestro hijo acá. Muchas mujeres se embarazan antes de llegar a Chile, para tener al hijo en Chile. Cruzan embarazada la trocha. Queremos que nuestros hijos crezcan en este país que es el mejor al que se puede optar.