Imbunche 5

Salvador Young, Chile

7 marzo 2023

–¡Amigaaa! —exclamó Joaquín saludando a la Mane en la escalera— ¡Qué bueno que llegaste! Cacha que recién pudimos entrar a mi casa, ¡nos habíamos quedado afuera! Y todo gracias a mi vecino, el guapo, que, de hecho, lo invité para la noche, y quién sabe, capaz que de una vez por todas te haga olvidar al aweonao de tu pololo. ¡Ay, qué guapa tú también! Así me gusta, bien cortito el short. ¡Qué piernazas se te ven!

Mane viene con un minishort negro ajustado, arriba una blusa oversized, también negra, sobre una polera ajustada animal print, unos anteojos de sol Ray-Ban, redondos y grandes, con marcos aleopardados, unas zapatillas blancas con plataforma, bien altas y blancas, y un collar negro de argollas. Es normal tirada para flaca. Hace seis meses que es vegetariana, esperando bajar los tres kilos que está intentando hace años. Lleva en la mano una fuente tapada con un paño de cocina. 

–Weón, no me hables de él, por favor. Justo terminé ayer, lo mismo de siempre —alegó sacándose los anteojos de sol—.  Y no estoy de ánimo para conocer a nadie, ¿ok? Que quede claro. Durante tres días no lo llamé para ver qué onda, y él nada, ni pío. Cacha que en la mañana pensaba… el muy barsa me presentó a sus amigos con suerte un par de veces, después de un año y medio juntos, ¿qué onda? Qué rabia, weón.

–El weón como las weas, poh, qué querí que te diga, y ni siquiera mino —agregó Joaquín, agarrando papa.

–¡Ay, que son! Si eso da lo mismo en todo caso. Y lo peor es que es el amor de mi vida. ¡Eso es lo que siento! Aunque no lo crean y contra mi voluntad, ¿cachái? Te morí cómo lo pasamos cuando estamos juntos.  En los viajes somos tal para cual. Nos gustaba ir a los mismos lugares, y me trataba tan bien; me invitaba al restaurant que quería, me acompañaba a ver ropa, además de hacerme regalitos… 

–Mira —interrumpe el Feli, impaciente—, mejor avancemos, que estamos justos con el tiempo. ¿Hay que ir a buscar más cosas al auto?

–¡Sí! Todo el rato. Dejé el auto estacionado justo frente a la entrada del edificio. De hecho, el Marco se quedó esperando ahí para que lo ayudaran a bajar todas las cosas.

–No, no, no —interrumpió Joaquín—, yo me quedo aquí contigo para empezar a preparar el picoteo y armar el ambiente. Pongamos una música, ponte tú… además que feliz me salto al guatón insoportable de la Marca. La dura que no lo paso, y les voy advirtiendo que me falta una vez más el respeto y lo echo a patadas de la casa. Me importa un pico que el Nacho se muera de ganas de que viniera a su despedida. En mi casa mando yo, así que se las dejo bien clarita, pa’ que después no haya problemas.

–Ya poh, no te pongay denso —dice Felipe—, mejor me voy a traer las cosas, pa’ no dilatar más la cosa.

–¿Y qué preparaste? —le pregunta Joaquín a la Mane, mientras caminan hacia la entrada de su departamento— No me digai que algo vegetariano. Tengo hambre y el menú vegano me deja peor, ¡te juro! 

–¡Ay gallo, que eris! Primero que todo, no soy vegana, y tampoco cocino solo eso. Amo los quesos; es que no me imagino no comer queso. Traje algo bien carnívoro, mechada que cociné durante 4 horas, vamos a hacer unos sándwiches filete. 

–La raja, apenas almorcé.

Entran al departamento y un pasillo los lleva a una escalera que tiene a su costado un muro con dos puertas; la primera, abajo cerrada; la segunda, semiabierta encima, su pieza. Se divisa mucha ropa desparramada. 

–Oye podriay haber ordenado un poquito, poh amigo. 

–Es que no vamos a estar por acá, poh; si ordené el living oh. Además, ahí está la pieza de mi roommie y no me voy a meter en sus cosas, poh. Sigamos para arriba. 

A la Mane el desorden le recuerda al Tomás, que seguro tenía un despelote igual o peor en su depto tres edificios más allá en ese mismo condominio; capaz que se asoma por la ventana y lo pilla caminando por los jardines, volado, en la suya, precioso… y las ganas de encontrárselo caminando se le atragantan de golpe cuando se le ocurre que podría andar con otra mina. Ella siempre cuando llegaba a su casa le empezaba a ordenar todo, hasta dejar todo impeque. Sentía que así lo cuidaba, pero también era para poder estar ahí; no sabía si era que odiaba el caos o era maniática del orden, o era su manera de sentir control de la situación al dominar los espacios. Pero aquí no iba a hacer nada, pico con este desastre, problema del amigo, ella solo iba a cocinar, como se comprometió, nada más. 

Entrando al living la recibió una mesa de madera, polvorienta y con brillantes huellas de vasos, y desparramados alrededor: dos sillones grises, 4 sillas de plástico blancas, un sofá cama de una plaza negro de cuerina y una repisa negra con unos parlantes pegada al muro con algunos libros desparramados. 

–Sabías, gallo, que la primera casa de soltera de mi mamá, justo antes de tenerme, fue en estas torres, creo que incluso este mismo edificio; hasta podría ser este mismo depa o el de al lado. Cacha que antes de venirme me comentó que era en el tercer piso. Casi nací aquí, qué divertido. Pero viera mi mamá este desastre…

–Ay ya, no seai pesada. Y mejor dicho, capaz que aquí te hicieron, jajaja. 

Como por hábito, Mane desliza un dedo por la repisa de los libros, que claramente no se ha limpiado en semanas.

–¿Y no hay nada puesto? —pregunta arrugando la nariz— ¿Ninguna decoración? No me digai que no compraste weaítas con forma de pico o culo o algo cochino. 

–No, nada.

–Pero weón, ¡qué fome! Si las despedidas de soltero se tratan de eso. 

–No poh, yo solo me comprometí a pasar la casa. 

–Ya oh, sabís, vamos a la cocina mejor, voy a calentar esta carne por mientras que limpiai. Porque tenís que barrer, poh, mínimo. Esto está asqueroso, y hay que poner un mantel o algo. 

–Pero si no tengo. 

–¿Cómo no vas a tener algo? —exclamó Mane, primero levantando las manos al cielo y luego apretándoselas sobre el abdomen— Ay, te pasaste. ¿Sabes? Mejor pon mi playlist emo, conecta ahí mi iphone a tus parlantes mientras me inspiro y cocino, a ver si se me ocurre algo para ponerle onda a este lugar que parece abandonado. ¿Sabes? Estoy pa’ la cagada con esto del mino. Me da miedo que esta vez terminemos para siempre. 

–No, si se nota, por las pesadeces que andas tirando. Y, galla, ¡córtala! No es primera vez que te pasa lo mismo. Acuérdate de que hace como un mes lo pateaste por lo mismo. Yo creo que deberías darte cuenta de que no es pa’ ti. 

–Naa que ver. Te juro que es el hombre de mi vida. Te juro, estoy segura.  Es algo que siento y se me confirma cuando estamos bien.

El recuerdo de sus últimas vacaciones a Nueva York llenó el espacio de su mente, proyectándose en una sucesión de diapositivas a color. Era la tercera vez que iba y la primera sin su mamá. Se entregó al espectáculo de la Quinta Avenida, con ese hotelito boutique al que la invitó, tan cool él, y la mañana siguiendo ella pasando por el Starbucks con ese aclimatado salón donde todo rezuma una sensación de confort, la temperatura perfecta del interior contrastando con el frío de la calle. Amaba empezar el día con un latte en una mano y la otra con un muffin de arándanos, tal como sus influencers favoritas de Instagram, y pensaba en cuantos likes obtendría después de esa foto que él le sacaría. Se terminaba de convencer de que no podía ser otro el amor de su vida. ¿Se casarían, ella de blanco, como siempre había querido, y por más incompatible que fuera con la imagen “revolucionaria” que se había dedicado a proyectar y con la que finalmente se había identificado? Y se reía para sus adentros de que en el fondo le gustaran esas mamonerías, y luego le seguía dando rienda suelta a sus ensoñaciones, y se imaginaba sus hijos, a pesar de que siempre decía que solo excepcionalmente sería mamá (“es que el mundo está muy mal para traer criaturas al mundo”), y los retrataba igualitos a los sobrinos del Tomi, esos pendejos exquisitos querubines rucios, y volvía a sentir ese apretón de mano, como cuando iban en la Broadway; tenía la ilusión de que ese gesto cariñoso y firme fuera el fondo de esa relación y no solo una máscara que escondía una ambigüedad y una fragilidad vastas como el mar, un barquito condenado al tormentoso ir y venir de esta relación en que no iba a dejar de mentirse a sí misma. ¿Iba a seguir viviendo toda su vida como ese momento, bien sujeta en su andar con el Tomás por esas calles, escenario de tantas películas? ¡No podía ser algo efímero todo eso! ¡Esos momentos eran demasiado perfectos y conectados! 

De su fantasía aterrizó de golpe en el presente con algo que le apretaba la garganta desde dentro, como una mano fantasma, y le picaban los ojos, y los recuerdos se le esfumaron para dejarla de golpe con el sonido del microondas y sola en esa cocina sucia. Habían terminado. Habían peleado como nunca. Había una ruptura que no veía cómo revertir, una rajadura que no iba a poder cerrar, y en vano trataba de matizar la sencillez brutal de esa realidad diciéndose que ya lo habían superado otras veces, que tenían que salir de esta como tantas otras… 

–Ya poh, pon música. Joaco, tengo miedo, ¿y si esta vez se va todo a la mierda, qué voy a hacer si se acaba? Lo amo. ¿Me iré a quedar sola? Te juro, no me puedo imaginar con nadie más que él y lo voy a perder, qué pavor. ¿Y tú? —le preguntó con lágrimas a borbotones—, ¿cómo va todo con el Feli? 

–Pucha mal, así, todo en el aire. Ahora me coquetea, es la segunda vez que lo veo después de la primera vez que atinamos con todo. Igual siempre terminamos en atraque, pero también con copete de por medio; además, estas últimas veces han sido en situaciones con amigos. He tratado de que nos veamos los dos solos, para crear algo más íntimo, invitarlo al cine o a comer, y siempre  me dice que sí, pero sin precisar bien dónde, me dice obvio nos vemos, y después a último minuto me sale con que se siente mal o que se le había olvidado que tenía un compromiso familiar o cualquier cosa. Lo más triste es que es cuando estoy a punto de partir y de preguntarle dónde exactamente nos juntamos, y ahí él recién me avisa que no… 

–Por lo menos no te deja plantado como a mí; este troglo me la ha hecho varias veces, jajaja. Pucha, el amigo es disperso, poh; además, anda medio webiando, yo creo. Es que también ustedes los colas andan entregando el poto pa’ todas partes. 

–Oye, no me metai en el mismo saco, yo soy bien sentimental. 

–Ay, ella, claro, si igual no te dermorai ni un segundo y te veo con otro. 

–Nada que ver, que eris mal hablada. Lo único que pasa acá es que es leo este weón y ellos no quieren renunciar a nada. Los fuegos son así. Sin ir más lejos, igual al weá de tu pololo, que es sagitario, quieren todo el rato estar en todas.

–Tienes razón, si en eso te entiendo. 

–Mane, yo creo que mejor chao con estos weones y, como dice la Carrá, busquémonos otros más buenos. 

–Pucha, me encantaría poder pensar así, pero te juro que siento algo muy fuerte, así como una intuición; y de verdad, aunque suena cliché, nosotras las mujeres tenemos la capacidad de sentir esas cosas, no sé si es por esta cuestión de tener la regla y tanta hormona, pero te juro que nos conectamos con algo que nos predispone a cachar esas cosas, y aunque lo vuelva a repetir y parezca loro: este es el hombre de mi vida y por eso no puedo renunciar al pelotudo, aunque me pongai delante a Johny Deep, James Dean, Tom Cruise… 

–Naa que ver weona, eso es ceguera, dale una oportunidad a otro no más, en serio.

–No voy a poder, te juro, aunque me lo proponga, si yo hace rato que me gustaría haberlo olvidado. He intentado salir con amigos de mis amigas, conocer gente por Tinder, ir a carretear a discos para agarrarme un weón, pero siempre que estoy a punto de entrar en acción, me acuerdo de este sacopelota, de cómo me tomaba y apretaba las manos en nuestros paseos, viajes, idas a la playa; parecía tan convencido, así con actitud de que fuese suya. Ay, cómo me seguía los panoramas a mis lugares favoritos, un partner, ¿cachai? Y sus besos son exquisitos; cómo movía sus labios y su mirada fija con esos ojos verdosos, y no puedo hacer nada, y se me matan todas las pasiones con el resto, es terrible. Imagínate, yo, con lo buena que soy pal webeo, no pudiendo atinar con nadie, ¡es terrible!

Se escucha el crujir de pasos en los escalones y antes de aparecer suena la voz de Felipe:

–Chiquillos, faltan todavía dos bolsas, ¿podís ir ahora tú, Joaquín, a buscarlos? Nosotros estamos raja.
–Ni cagando, ya dije que yo me quedo arreglando. 

–¿Pero qué te cuesta? —pregunta Felipe, ya de cuerpo presente, enojándose—. No podís ser así. Ya te aguantamos que no pusierai cuota, mínimo weón, ya es mucho. 

–Bueno ya, Feli, voy, no te enojes; además, así estoy menos cerca de este gordinflón. ¿Cómo era tu auto, Mane? Que el otro día era de noche y estaba medio copetiado cuando me subí.

–Rojo, gallo. Peugeot 205. 

–Yo no cacho nada de autos, eso no me dice nada. 

–Es chico y bien estiloso, redondito, el típico auto de ciudad. Está justo al frente de los estacionamiento de afuera. Oigan, chicos, ¿alguien trajo algunas weaítas con forma de pene o culo?, que nuestro amigo no tiene nada acá y mínimo como decoración tener algo así, poh. A todas las despedidas de soltera que he ido como mínimo un pico, ¿no?

–¡Yo traje! —gritó Francisco—. El otro día fui a un sex shop cerca de la Plaza de Armas y justo encontré varias weás y las compré, las tengo en esa bolsa. 

–Qué genial, te pasaste, weón. Oigan, chiquillos, ¿quién se aplica con los parlantes, prender el bluetooth para poner de una vez mi playlist, que estoy muy triste y necesito música para sobreponerme?

La Mane pone su playlist en aleatoria y se escucha Paranoid android, de Radiohead, desde su celular.

–Weón, me voy a poner a llorar —dice en un estallido de lágrimas—. Esta canción me da tanta pena. Me recuerda demasiado a uno de los mejores momentos con el Tomás, cuando fuimos a Londres y me invitó a Radiohead. Imagínate que nunca se me pasó por la cabeza que iría a algún concierto en la cuna de la música, gallo. Fue maravilloso, lo pasamos increíble, y después, pa’ rematarla, fuimos a una fiesta electrónica la raja, donde ellos iban a estar… 

Ella se abalanza hacia Joaquín, deteniéndolo. -Es uno de los mejores momentos de mi vida —dijo sollozando como una niña. Joaquín le ponía la cara en el hombro, acariciándole el pelo. 

–Ya, pero si se llevaban mal, pasaban peleando y te decía hartas pesadeces; incluso alegabas que te decía que no comieras tanto y que te tenías que cuidar más… 

–Weón, eso es porque en esos momentos andaba mal. Además, pensándolo bien, era normal, estábamos peleando. ¿Acaso a nadie le ha pasado que se pone idiota? A mí con la regla me pasa cuando me da muy fuerte, me da la weá y me pongo insoportable, y vieras cómo trato a mi mamá, que es la persona que más quiero.

Mane para su lloriqueo y queda con la mirada fija en algún punto fijo del horizonte.

–Cuando me empieza a decir que por qué no me meto a un curso de meditación y desarrollo más mi lado espiritual después de que me escucha peleando con este gil porque no me va llevar a la fiesta de su amigo, o incluso cuando se mete a mi pieza a buscar mi ropa sucia durante las vacaciones y estoy escuchando música desde hace horas, o cuando me alega que no hago nada mientras estoy chateando en el living con mi celular o probándome ropa mientras ella se pone a ordenar y le da con que solo pienso en mí y que me haría tan bien algún trabajo de verano, e insiste con que soy una individualista y materialista sin consciencia social, que solo pienso en mi ropa, los hombres y mi música, incapaz de vivir simplemente. Ahí la mando a la chucha con su hipismo setentero y le digo que es una ilusa y fracasada que no llegó a nada su centroizquierda, solo a que haya más malls y que está amargada porque la dejó mi papá y no pudo rehacer su vida, así dejándola knock-out de una, y ahí ella se pone a llorar y le agradezco que me ha dado todo y le digo que me deje ser como soy, con mis tiempos. Así mismo como digo esas cosas pa’ defenderme, él lo debe hacer también, poh, y yo cuando estoy enojada les cuento esas cosas, pero otras veces es tan lindo; ningún hombre me ha acompañado tanto como él; si nos gustan las mismas cosas, tenemos tanto en común. ¿Saben? Está claro, en el fondo, en esos momentos uno a quien más quiere le lanza las peores pesadeces. Si por eso se ponía antipático este weá. Si estoy exagerando de mandarlo a la chucha, tampoco es tan grave que no me muestre a todos sus amigos. ¿Quién sabe qué razones tiene, o si son de peso o no?  Yo no lo tengo por qué juzgar. Cuando era dulce, puta que lo era. 

Vuelve a verse en Nueva York, ahora en el Central Park, pensando que así debía ser una luna de miel. Se imagina también de la mano, ahora mirando las hojas rojizas de los árboles frente a la laguna. 

–En serio, les juro que lo voy a llamar. 

–Para. 

–No, no puedo, esto no se puede acabar, les juro —Entonces suena su celular, junto con la puerta de entrada. Sin detenerse a ver la pantalla de su aparato, ni el nombre de la llamada entrante, aprieta sobre el botón con un signo de auricular.

Nota editorial: En esta nueva Serie, Salvador Young nos presenta con un retrato agudo, crítico y lleno de humor de la sociedad chilena. Con cada nuevo Imbunche se ensambla una crónica de la idiosincrasia chilena a partir de fragmentos que con un poder amplificador delinean sus peculiaridades. El entramado de esta serie nos muestra con ingenio y humor fronteras sociales en jaque, tales como género y clase social. Puedes ver el primer número de la serie aquí.