Monólogos migrantes

Karessa Malaya Ramos Aguiñot y Letizia Miro, Filipinas - España - Reino Unido

25 Octubre 2021

¿Por dónde se entra al cruzar una frontera?

Por el cuerpo, porque en la vida, todo pasa por el cuerpo.

 

*Me llamo Karessa pero podría tener más nombres, porque mi cuerpo alberga tantas personalidades como idiomas hablo, y otras más que me invento cuando, sin dinero para viajar ni para olvidar, me entran ganas de escaparme de hoy y de aquí. Tengo 37 años, que a veces sientan como 37 vidas en una; y más cuando escribo porque de verdad, fuera de cualquier tipo de vanidad, ser leída, ser vista por el cuerpo de la palabra, me hace sentir eterna. Es un sosiego que me regala el saber que la muerte ya no me preocupa.

 Este escrito nació de un deseo sembrado desde que me mudé a España con 17 años: me prometí a mí misma contar esta experiencia, pase lo que pase. En aquel momento no sabía hablar muy bien el castellano así que ese deseo lo enterré detrás de mi garganta, entre la epiglotis y la laringe. Después cogí un papel y un bolígrafo, y empecé a escribir. Todos los días regaba esa siembra con palabras tragadas, porque no encontraba el coraje para emitirlas. Como abono, contaba con las lecturas de Isabel Allende, Mario Benedetti, Joi Barrios, Eduardo Galeano, Amy Tan… Algunas de esas personas salieron de sus países como migrantes, otras como exiliadas; todas fueron leídas como “otras”, como yo. Sentí que sus plumas me hablaban y me comprendían. Entonces me pregunté si aún tendría sentido contar lo que quería porque total ya lo habían hecho. ¡Y con qué gusto y estilo! Creí haber acabado con ese deseo, creí haberlo ahogado con tantas lágrimas lloradas mientras mi lengua se trababa con la gramática… Pasaron más de dos décadas y, de repente, me desperté con un arbusto florecido saliendo de mi boca. Letizia me ayudó a hacer la poda y a recolocarlo en un lugar lleno de empatía y de cariño, lo que hizo posible, por fin, que cosechara los frutos y los compartiera con quien quiera participar en este festín. 

*Me llamo Letizia y desde que, con 25 años, me mudé a Londres desde Cataluña, me prometí a mi misma no olvidar mis raíces, pasara lo que pasara. En aquel momento no sabía hablar muy bien inglés, pero mi deseo de expresarme, de sobrevivir, de trascender, hizo que me agarrara al idioma como a un escudo de batalla. 10 años después, camino por Londres “como si perteneciera”. Sin embargo, siento que vivo en un exilio interior en el que las sombras, los pasos, las voces de “los míos” me acarician constantemente la espalda como una nebulosa. En este espacio-frontera desde el que hemos escrito, nos hemos desgarrado a 4 manos para plasmar cómo se camina a través del ámbar blando que es el suelo en el que luchamos las personas migrantes. Karessa me ayudó a atravesar varias capas de profundidad a través del ámbar blando, hacia ese exilio. En un aterrizaje inesperado hacía fluir en mis tres idiomas

El espacio liminal que habito

La primera vez que entré en ese espacio, sentí como el suelo de mi casa familiar se despegaba de mis pies, cayendo al vacío.

“Estando despegada del suelo, ¿Por qué no me recibe el techo?,” es esa voz que cada mañana entra y sale de mi estómago.

Mis recuerdos esparciéndose hacia cualquier dirección, proyectándose hacia las paredes. Fluctuaciones cuánticas, radiación cósmica de fondo, expansión acelerada por la energía oscura. Pero una vez entendí el desarraigo, des-a-rrai-go.

¿Quién me impide entrar en el cielo raso?

La segunda vez que entré en ese espacio, sentí (confundí) las paredes del espacio con mi piel.

Frontera: nombre femenino, línea real o imaginaria. Real o imaginaria. El espacio que habito –en la frontera entre Catalunya y el Reino Unido– (podría ser una casa, una ciudad o un cuerpo) donde el suelo está hecho de ámbar blando. Cometí el error (¿error?) de mudarme ahí.

Ando por el espacio, bailo, ageless. I wear chunky trainers for raves well into my 30’s. I drink paints till I forget that I exist. I play the social class that I learnt at Elite Universities. Be nonchalant, work hard, play harder. Show off your 4 hoop earrings per ear, undergo all the chains.

¿Pero para qué tanto andar si ninguno de los pasos llega a casa? Ella me pregunta, y yo, ya enfangada en el ámbar hasta las rodillas, le respondo que tiene razón, que a veces no puedo hablar. ¿Os pasa también a vosotros? En casa también me preguntan que cómo me va, que cómo he muerto. ¿Pues cómo voy a morir? Por la voz. Like when I say, can I have a glass of Merlot, and they bring me a glass of water. Like when they say, asj;lkaj;lj;l and I ask, can you repeat please? And they are like, nevermind.

Y cuando no puedo hablar, descifro los recuerdos pegados en las paredes: las birras con amigas en la rambla del Raval, hablar por los codos a la hora del vermut, parar-me pel carrer a parlar amb les veines. I de cop esclato a riure i dic, pare, tinc una llum entre els dits, pare, per que no puc parar de riure?[1]

De ahí saqué el gusto de borrar con mi lengua la desunión entre suelo y techo y me sabe a esperanza.

La incertidumbre es el único sitio que me acoge

Aun cuando mi cuerpo no me reconoce y, de mi vientre, se delinea la pregunta: “¿Quién es la que escribe en otro idioma?”

Naglalaho ako sa ilalim ng pagbabalatkayô. Nagagasgas ang pagkatao habang nangiibayo. Sino na nga ba ako?[2]

Luego me acuerdo de la maleta llena de lo que me recuerda quién soy. Lleva todas mis congojas nativas al igual que las transatlánticas, las heredadas e incluso las fermentadas. Algunas las he logrado esparcir sobre estos asfaltos organizados, a ver si es verdad lo que dicen de ellos: que son semilleros de ambiciosas promesas.

Viajo ligero pero me pesa cada pisada que no lleva a casa.

Por una parte porque a este aire aún no me he acostumbrado.

Y, por otra, porque ya me he acostumbrado a este espacio liminal que habito.

No creo en las barreras pero me creo de este lado de la frontera.

“¡Pasaporte! ¡Tarjetas de embarque!”

Una impostora me despierta de la pesadilla.

Respirar me asfixia y a cada latido le sigue otro que escuece más que el primero.

Mi vientre, la preguntona, se llena de dudas acolchadas por falsas agallas; se expande para recibir todo tipo de ambiciones y promesas; desconoce los límites y gesta la esperanza que a veces me envalentona.

Cada día me creo de este lado de la frontera y me creo otra yo más idónea.

Mientras que la locura pide que me vuelva a despegar del suelo

(el suelo está hecho de ámbar blando)

y cada latido descubre dónde pisar cada paso,

la impostora nos regala un mapa del infinito.

Entonces ella me pregunta si yo también encuentro que es muy duro andar así, contra el ámbar, y cómo lo hago para jugar en la misma liga que otros sin la misma lucha. Y yo me imagino a los míos, escondidos bajo este espacio, admirándome, y le confieso, “pues es como estar aguardando lentamente a aterrizar o que algo me aterrice”.

OK, pero ¿de aquí cómo se aterriza?

[1] En Catalán, lengua materna de Letizia: pararme por la calle a hablar con las vecinas. Y, de repente, rompo a reír y digo, papá, tengo una luz entre los dedos, papá, ¿por qué no puedo parar de reír?

[2] En Tagalog, lengua materna de Karessa: Voy desapareciendo debajo de mi disfraz. Mi persona se va desgastando mientras estoy migrando. ¿Quién soy yo en realidad?