Pasajes Corporales

Manuel Ramos Van Dick, Perú

15 de enero 2021

I.

¿Qué es y qué hace una frontera? ¿Cómo se percibe? ¿Desde qué lado de la frontera emito un discurso; desde qué lado soy voz y lamento? ¿Es posible desplazar la frontera? 

II.

Tematizar es componer una evidencia. En este caso, hacer visible. Debemos a Rancière pensar la frontera como elemento constitutivo de la política[1]: espola que irrumpe en la tierra firme. La tierra firme es la ilusión del anticuado. Nublado, combatiendo la neurosis del día, antes ve con sus prismáticos o monóculo policial, la amenaza. El peligro de las barcazas que derivan con la cambiante marea[2].

El movimiento será siempre la obsesión del taxidermista. El encierro descansa en el suelo brillante. Fiel a su fijeza, carga su propia casita hacia el punto máximo de la montaña. Contemplando y aséptico, el operador habita sus líneas. Por eso, ama al carnicero de Platón: un conservador de alta gama. Por eso, habita el imperativo de la vigilia y la dialéctica. Sus palabras son escalpelos tambaleantes en la oscuridad.

Antíparas y enormes mediadores ordenan el visor enrojecido. Seducidos por el cauce, nos alientan a confiar en los anteojos  y huir de la corriente. [3] Un desborde de fotografías originan el desvío. Transmutan las imágenes, instauran lo borroso, aman la trepidación.

Sin culpa, olvidamos que el límite es antes que nosotros y le llamamos miedo, sonriendo  tenuemente bajo la luz y la lupa. Arrastramos cuerpos y objetos sin padres legítimos hacia el calabozo del significado único. La cárcel habitará siempre como un corazón, el eje del bifronte.

Así es como hemos heredado la comprensión de estas manifestaciones: Espesor y lumen. Así nos paramos en el suelo de este mundo: Ampliando y ocultando. Estableciendo brechas, fundando el límite.

¿Por qué renunciar entonces a lo improbable, al peso del desplazamiento? ¿Por qué negar la visibilidad de lo híbrido y su vigencia?

Apenas un guiño. Tatuarnos un mantra en el rostro indio:

 Ciego es el que escribe.

Ciego el que habla.

Ciega es la trama de la historia.

 

Imagen: Gianfranco Piazzini

III.

La frontera formal no existe. El límite es otra cosa. Aquí no yace el hito: el límite se escurre. Oler lo ácido es disociar. El futurista y el pseudo-moderno babean por el ruido como expresión máxima del movimiento. Para el poeta, el oído es sensor del tiempo. Ritmo dislocado o comprimido. En realidad,  el movimiento tiene su límite en el hedor y allí concentra la vida.

Las redes hieden. Oler a mar es el peligro de la política.[4] El pensamiento se envuelve en un olor de sangre, en un olor de bestias y desmoronamiento.[5] Lima vive dándole la espalda al mar, envuelta en un mambo bestial. Y aun más.  

En este juego y en este espacio todo acto es una pérdida. Todo lo ácido implica un límite.

Todo lo sólido se desvanece en el aire.[6] La frontera entre lo aceptable y lo inaceptable es el desplazamiento; y el hedor, indicio que se expande congregando todos los posibles, calca y figura el rostro del militar, la burocracia aduanera y la tormenta.[7]

La frontera es el espejo de la incomodidad. A esa incomodidad la nombramos con todo aquello que obstaculice nuestro punto de fuga. Así que la pregunta es, ¿en qué lugar me encuentro cuando no me encuentro? Cuando está perdida toda referencialidad, toda delimitación, ¿por qué sigo sintiendo frío?

La única constatación es la intemperie: aislarse es una posibilidad fácil, lo realmente importante es poner el cuerpo.[8] Incorporar. El otro es hedor y oposición. El segundo o el tercer estigma que no cuaja. De tanto significar y desgranar choclos textuales, nos olvidamos traducir. Traducir es oler el propio miedo. Rastrear y testear para construir.

Por eso no permitamos llullo mío- que nos quiten la grasa de la frente. Llama a tus amigos y diles que hay paro nacional, mercado y sentimientos. Que los poetas no necesitan hablar más de ideología mientras los teóricos bostezan hastiados de  la imagen. Olvidan que en todos lados se cuela el rastro de la peste: en el microbio y en el corral, en el bar público y en la palabra populismo. En las playas del sur y en la lucha subalterna. Debajo de los puentes y en los senos de un fiscal.

No hay país para el hedor porque no hay cuerpo que encaje bajo las fórmulas asépticas del cirujano.

Solo palabras por montones erigiéndose como ídolos vigilantes.

  

 

Imagen: Gianfranco Piazzini

IV.

Desde aquel horizonte no hay mucho que decir. Gestos y pulsiones desembocando en traición. EI horizonte de mí mismo me alcanzaba con esas preguntas.[9] Orfandad tal vez sea un buen nombre para este momento. Amor y cuerpos, potencias del presente. Deseo, voz y palabra.

Pero ese horizonte era una convención[10]. Y la convención  distanciada de la miseria del collage y del posmodernismo atomizado exige desplazarse de otra manera. Dejemos de barnizar la madera para el asiento seguro. Ama olfatear directamente el coito, asomando en la mata de lo múltiple. Lo real solo puede pensarse desde la fricción y la incomodidad.  Es decir, desde la frontera y el desplazamiento. No hay en este mundo la necesidad de una mano estática y limitante. Sí, la contingencia de una irrupción afectuosa y estética que nos exija mudar. El encanto del desorden y el cuchicheo o la esperanza de un nuevo acuerdo.

Circunnavegar. Siempre, en cualquier lugar, emerge una situación como excusa para deslindar o embrollar. Ahora, la estación ha cambiado: tenemos agua, canto, información inesperada, juego.

Por eso, pregúntate: ¿dónde están esas palpitaciones de la piel rugosa y el paso imperfecto del que regresa ebrio a casa?¿Dónde el traje del invisible? ¿Dónde su ticket numerado? Producto de la ira ajena, por eso aúllas y buscas el amor.

Ah malaya la hora en que fui a gritar. Huye del grito a voz en cuello:  ¡qué se acaben las palabras! Desplazar la pulsión hasta convertirla en deseo y viceversa. La pulsión misma es un concepto fronterizo. La frontera es el movimiento mismo. Los cuerpos nunca se limitan. Los cabezas hablan. Rebalsan los bordes regando en trama y traza. Siempre, en cualquier lugar, nos regalan una situación.

Y esa situación es horizonte y límite que se contrae y se dilata como una válvula. Y esa válvula es el  desplazamiento acechando.

Y el desplazamiento agita tus palabras.

Y las palabras viajan como brújulas  del pasado.

Y el pasado es un lugar habitado por muchos a la vez, olvidado por lo necios.

Poema e imagen en unión familiar, desplazando lo que hemos decidido llamar frontera, hacia un punto en común.

Sea de noche, sea el tiempo innecesario, sea  nuestro acto sexual más alto; cualquier tiempo y cualquier lugar, para  la danza de los opuestos que nunca se rinden.

 

[1] Jacques Rancière, En los bordes de lo político.

[2] T.S. Elliot, La tierra baldía.

[3] Una línea famosa de César Vallejo confirma: ‘confianza en el anteojo, nó en el ojo’. El verso 10 de ese poema complementa ‘confianza en el cauce, no en la corriente’.

[4] Jacques Rancière, En los bordes de los político.

[5] David Huerta, Incurable.

[6] Imagen usada por Karl Marx y Marshall Berman.

[7] Ejemplos de Rodolfo Kusch, Obras completas.

[8] Debo esas dos líneas a mi hijo, Camilo Ramos.

[9] David Huerta, Incurable.

[10] David Huerta, Incurable.