Manifiesto transmigrante
Andrés Cisnegro, México
15 de enero 2021
Hemos sido desplazados hasta el límite del silencio.
Esa densa afonía del metro a las siete de la mañana.
Tibia, condensada, palpable en cada rostro.
El gran silencio de la escritura veloz
en las ventanas de texto. El tic tac del teclado.
El digitum est, el dictado y quien dicta, trasunta
los ojos, ajenos, el binocular, bajo el agua vítrea.
Otean hacia el vacío al que se pregunta
y el sistema responde, decodificado
preciso, según tu peso, edad y coordenada:
de ahí el cálculo de tus posibles destinos
y la mejor forma de tazarlos en profundo
de lo más oscuro de una red de estrellas
que sostienen el aura negra de un astro
que recibe desde el centro de sí, todo
y se imagina libre con la claridad
de que libertad es observar el camino
y sentir cómo se abre adentro y revela
la luz que es el silencio, tan espesa ausencia
lo esplendente de lo eterno en lo dicho
lo irrepetible de cada instante
el para siempre de cada momento
porque la memoria no se corre en reversa
se teje hacia delante, allá, a lo lejos
donde no se escucha nada y algo
se acerca y viene zumbando:
es el canto de un ave o un búmeran
es un punto que podemos escuchar
en el silencio de este poema
que es una palabra no escrita
*
La barrera del sonido
y ante el trueno, el mutismo
y ante el rayo, el asombro
y ante el silencio, la interferencia
maya, la malla, el hormigueo
el rombo, el rumbo, todas las mentes
conectadas, en una misma frecuencia
llena con el polen magnético de la nada
sus pensamientos urdidos a un mismo nudo
el laberinto infinito de las ideas
los impulsos, las condiciones
los sintagmas, los algoritmos.
Nada, nada hacia las altas olas
escucha por dentro el caracol
que cual telescopio nos acerca
la explosión de una galaxia al oído
metáfora como contra conjuro
de la metáfora del lenguaje
escultores del silencio
labramos sombras
ranuras, inteligencia
contra inteligencia, nos miramos
hacer calladamente lo que hacemos
todos los días entre el ruido
de la soledad
sostenida
en un guiño
cuánto silencio hay en una mirada
iré a la plaza e improvisaré un poema
que iré repartiéndole a la gente
desataré esa cresta en una reproductora
para decodificar esa dimensión en otra frecuencia
será silente, y en el astillero del ser
con gurbia y muro, labraré un mensaje
para ser descifrado por cada potencia
que palpe este escándalo en su pupila
transmigrar a otra membrana
traducirte en vía láctea
ser el diseño de otro que nosotros diseñamos
y verlo ir desapareciendo
hasta que termina
de aparecer
y nos borra las líneas de la mano
y en la palma el sol se refleja
se abre el laberinto
la sangre es el cabello de la vida
y crece, silenciosamente
se transforma
en nosotras
las infinitas arquitecturas del nada
las perenes grietas
el nacer constante
para morir, nacer
parir, partir, resquebrajarse
arrancarse las lajas
lascas, teselas de luz
escamas de la imagen, pixel del noema
brotar de un poro
chorrear
algo casi negro
casi tinta
pero espeso, casi pelo
Diseño de nubes para bañarnos en jarabe
agua con azúcar, mantequita para los bigotes
Alguien a la vista, a lo lejos, saluda
es el vacío aledaño que succiona
*
Soñé con hacerle el amor a mi madre
o que ella me lo hacía a mí
buscaba volarme la barda, saltar el muro
no quise matar a mi padre
porque mi madre me lo pidió en secreto todos los días
pero lo hice, aunque luego nació, o renació
en mí, regresó de algún modo a la vida
o atravesó el limen del agua, o la piel, o la luz
y me compartió la historia de su exilio
sólo con lágrimas
A la fecha sigue intentando
educar a una hija que no quiera matarlo
¿Es esto la vida? estoy vivo, escribo este silencio
para ti, querida desconocida
soy tú y no sé quién eres, detrás del horizonte
que parece un tapiz en algún muro, vivo
quizá nunca lo sepa, sin embargo
la eternidad es con nosotros
*
Es verdad, me han mal tratado por no ser hombre
y no puedo decir que lo sea
ni quiera serlo
por ti, por mí, por nadie
Soy tantas huellas como máscaras
y ninguna de ellas
once personas como once dimensiones
soy una guerrera por herencia
un niño que se escapó por la ventana
una niña a los ojos de quien me mira
No estoy en este mundo
aunque parezca
aunque aparezca
me dicen que juego a ser diosa o dios, alienígena
y luego me queman por no responder
plegarias en el chat
La conciencia de cada parte
abismándome hacia el corazón
a máxima velocidad, en la frontera
de su asfixia, justo a punto de desprenderse
el último latido
antes de soltar el punto
de regreso y alejarse
grácil, tenue
la frontera es un desierto donde el sol se mete por mi frente
*
El cortinaje de esporas
me invitaba a palparle
palparlo era tan imposible
como llegar a su fuente
incluso atravesando la ventana
quizá con rodar, deslizándome
gateando, jugando a ser liebre
abrí la ventana y …
me escabullí
por los tanques de gas hacia abajo
y después, en la tierra, entre las plantas, en el jardín
sentí el contacto con el afuera
tan desconocido quizá como el adentro
sin embargo en el cuarto de a lado, mi padres
con sus ruidos y sus silencios eran un misterio
que no me empujaba a descifrarlo
porque tal vez ellos se empujaban hacia mí
y al ponerme en esa orilla
sutilmente, me fueron acomodando
ante el quicio del cosmos, del mundo
del abismo, para que lo explorara
y en ese segundo a punto de soltar la barda
te desprendes, ¿no?, y caes, y sientes el piso
y estás entre las hojas y las espinas
y abres un brecha hacia la reja
que intentas subir y la sientes
como una malla que se mueve y balancea
y no te permite una verticalidad
sino que se curva hacia tu espalda
y pareciera que vas trepando una bóveda
y eres tú esa bóveda y su oposición:
la incógnita de cómo cruzarla
es así que cavas, debajo, para atravesar
haces una cuenca, un glifo cuneiforme
y donde termina es donde empieza
rascas, o mejor dicho, rasqué, porque un perro
del otro lado me llamaba
y nos sonreímos
en dónde está mi límite, mi frontera
dónde hallaré nueva mente esa barda
hacia tus ojos, bien dicta ruta
hacia tu cielo
tu muralla que es semblante
hacia lo imaginado
nado
sidéreo
aquí
*
El cardenal Cisneros
arranca la cruz de un estero de ceniza
y la levanta hacia el cielo
como si fuera una mira
Observa las estrellas
señala un punto lejano
que brilla entre la oscuridad
de la tierra que es el cielo
Como un mineral molido
condensado, imagina en ese punto
en ese no tiempo, o, por lo menos
en esa nada suspendida
intocable y al mismo tiempo tela
que crece en el ser
al encuentro de otro espacio
Estamos en esa misma densidad
nos cruzamos
traspasándonos
dejamos una parte de nosotros
llevando la parte de otro, otra, otra historia
otra nación, otra vida, cruzando el desierto
atravesando la arena, el tiempo, móvil, en suspenso
y entonces el nombre se esfuma
la tierra de la que se era se decanta
y el canto nombra lejos de su tierra materna
la coordenada que levita
y ostenta un origen
La creación es fecunda
embrión, placenta
los límites del placer
Crece el deseo de ir
a qué frontera
a qué piel
a qué tersa seda
Ella, gitana, egipsiana, con su éxodo
de un lado del mar observando
entre las olas a los peces
llevar un mensaje
se alimentan de la distancia
o la ausencia, y tratan de acercarla
sin conocer necesariamente
el aura temala utri
no es necesario expandir las alas
basta intentar sostenerse del viento
luego te lanzas tras lo visto
como una flecha
y después naturalmente
otra vez se distancian
así es la frontera que divide
el comienza y el fin
de la palabra
*
Deja el poema, la palabra, aquí, detenida
en la superficie
silente
nüxiria
la nostalgia sólo los siglos la curan
*
Yo no vengo a salvarme,
de qué me sirve este trabajo
o una casa en préstamo, si mi hermana
en el desierto perdida canta
el adiós de su raza, de su casa
su esperanza rota por una bala
y la ley de los que aquí habitaron
sembrada con huesos en la arena
arena roja, castillos de sangre
veo caer entre mis manos
de nada serviría salvarme
cómo podría vivir tranquilo
sabiendo ahora soy el muro
la puerta cerrada, el arma
apuntando a la cabeza de mi hermana
quiero atravesar el viento sin documentos
aunque tu sonrisa sea una cara cortada
con el mismo cuchillo que sacaste primero
una roca en el camino me indicó
que mi destino era rotar y rodar
porque caminantes somos
y llegar es una forma de partir
el pan sobre la mesa, el mapa
del “nos vemos cuando
nos encontremos”, ahí
entre las dunas del sueño
entre los ríos del fuego, el sol en la cara
y a veces en la palma, guardado
inscrito, tatuado, para que la sangre arda
y se encienda en la pregunta eterna
de los que no llegamos, de quienes siempre
estamos partiendo el pan al vuelo
para que todos comamos
no hay rock en la cárcel
sino el del corazón de la hamada
la piedra pulida de río, el cráneo
o caracol con el que saludamos el abismo
al borde de nuestro ser, en la orilla
justo donde las olas rompen
y las montañas se mueven
y la red del cielo es tangible
entre la malla del movimiento
hijas e hijos del acantilado
que lanzados al mar fueron
y nadando o volando llegaron
a la tierra y fueron alimentados
por las bestias y bestias fueron
para habitar la selva y el sueño
no venimos a quedar en la tierra
sólo nuestra calavera o la oscura carne:
nuestra ceniza u osamenta, nada
sólo el camino y cada uno de los puntos
que un día nuestros actos urdieron
sin aferrarnos a una idea dejamos
que la muerte nos acune y la vida
nos alce en su manos para despertar
y dejar ir el día, recibir la noche
tejernos en la caída del asenso
y ser así, el silencio de un astro
que murió hace millones de años
y que una madre con su hijo
miran en el cielo brillando
por momentos más, por momentos menos
guiñando el ojo o encegueciendo
a veces observando, a veces sintiendo
una estrella de infinitas puntas
que hilamos entre los dedos
nosotros que caminamos
no quedaremos en la tierra
nosotros somos luces en el cielo