Las cámaras
King Kunta, México
30 mayo 2022
Sebastián se conecta con diez minutos de antelación a la clase. Es profesor universitario desde hace cinco años, pero antes de la pandemia nunca había dictado un curso en línea, y sí, dictar un curso es justo el término que utiliza para definir su actividad. Acaba de egresar de la maestría en Desarrollo Financiero, un término tan complejo que le dedicó veinte páginas en su extensa tesis, la más extensa de la generación, lo que obviamente le llena de orgullo.
Le agrada lo nítida que se ve su imagen gracias a la cámara que consiguió por Amazon. Resalta sus ojos castaños enmarcados por los lentes de pasta gruesa y la barba naciente. Detesta a sus colegas que se quejan de los precios de los aparatos electrónicos como webcams o micrófonos, y es que para él es muy importante que los estudiantes lo vean y escuchen claramente, así después no tendrán excusas. Además, colocó el escritorio en el sitio justo de la sala para tener de fondo la estantería con la colección de libros científicos, y justo sobre su cabeza los tres títulos en los que él mismo ha participado, publicados por la universidad a la que está adscrito.
A cinco minutos de la hora citada comienzan a conectarse los estudiantes, subiendo el número de asistentes hasta los veinticinco que están en lista. Sebastián se regodea de que respeten su hora, porque saben que él no pasa las presentaciones, y si quieren pasar el examen, tendrán que ponerle atención.
Al principio les pedía que encendieran sus cámaras, para observar que estuvieran atentos a lo que decía, pero poco a poco sintió menos energía para exigir esto, y comprendió que era más fácil solamente hablar y después que ellos se arreglaran con el examen final.
Nota que una de sus alumnas tiene en su foto de perfil el símbolo del puño feminista, le recuerda que el matrimonio igualitario acaba de ser legalizado en su estado, y en un par de semanas se discutirá en el senado la despenalización del aborto. Sabe quién es, Fernanda Domínguez, suele participar en los foros de la materia con comentarios sobre estudios de género, la opresión, el patriarcado y todo eso que obviamente él no se traga. Recuerda que cuando las clases eran presenciales podía hacer sutiles comentarios y chistes con los que creía dejar en evidencia estos movimientos, pero con la distancia que existe ahora no era tan sencillo hacerlo sin perder la discreción, aunque, dados los últimos temas revisados y la situación actual, esta clase podría ser un momento adecuado para hacerlo.
Saludó a los presentes, pasó lista, y se dedicó a lanzar en sus propias palabras la influencia de los mercados internacionales en la economía nacional. En la mayoría de sus clases participan poco los estudiantes así que silenció las notificaciones para evitar cualquier distracción. En un momento dio ejemplos varios sobre la forma en que la gente gasta su dinero, y se le ocurrió lo que le pareció una gran estrategia didáctica al relacionarlo con la reciente reforma.
Comenzó a decir que era una banalidad, que no entendía por qué las personas querían gastar en el matrimonio, y bien su divorcio le daba autoridad sobre el tema. Sabe que son temas polémicos, pero sus estudiantes ya lo conocen, saben que él siempre se rige por la razón y la lógica, y no le parece que haya nada de eso en una relación entre dos personas del mismo sexo. Voltea a ver la pantalla, los recuadros negros con imágenes siguen inmóviles, sabe que lo escuchan, aunque nadie reacciona.
Después retoma su punto, esta vez enlistando los problemas económicos que traerá el aborto legalizado y gratuito, porque, habrán de saber sus jóvenes estudiantes, que nada en este mundo es gratis y que de los impuestos que ellos paguen saldrá ese dinero, y él no piensa dar un solo peso. Vuelve a ver la pantalla, y todo sigue normal, salvo una notificación de que Fernanda Domínguez había abandonado la sesión. Sonrió, pensó que había huido porque no tenía contraargumentos, porque sabía que iba a exponer sus ideas con lógica, porque huía de la verdad absoluta que él estaba diciendo. Se sintió como un tiburón que saborea sangre, y con esa confianza continuó.
Habló de lo confundida que está la gente si cree que los derechos son para servirles como quieran, y buscar el derecho a matar por no haberse cuidado con métodos como las patillas nada más lo empeora. A Sebastián le parecía que tejía sus frases de manera adecuada haciéndole un favor a sus estudiantes, complementando el curso. No los escucha, la distancia de los micrófonos muteados se extiende hasta sus oídos, pero sabe que siguen ahí. Sebastián no entiende los pronombres raros, piensa que son una ridiculez, que son para personas que no tienen nada que hacer en la vida. Que antes no éramos así, si algo no nos gustaba nos aguantamos y nos ganábamos el lugar, seguíamos y seguíamos sin quejarnos, así es como el mundo funciona según Sebastián.
Termina su monólogo, se siente satisfecho, siente la dopamina correr sobre su cerebro, y hasta había comenzado a sudar por el esfuerzo bien realizado de colocar en palabras todo su pensamiento, por dejar ver a sus estudiantes todo lo que él sabe y que ellos son demasiado jóvenes para entender. Se siente confiado, listo para cualquier cosa, para responder cualquier pregunta, para cerrar la clase en grande.
Entonces baja la mirada, encuentra en pantalla completa, nítido, su rostro enmarcado por los lentes algo empañados y la barba incipiente, busca las fotos de perfil, los recuadros negros de sus estudiantes, pero no están, en su lugar solo queda una notificación: 24 usuarios más han abandonado la sesión.