La osadía de parir en medio del conflicto

Sofía De la Hoz, Colombia

Martha regresó de la guerra en el 2016 y comenzó a buscar a su hija de trece años, a quien no veía desde hace diez. La había dejado al cuidado de una familia campesina en la región por donde se movió como guerrillera por más de dieciocho años. Al reencontrarse, las preguntas por parte de la hija fueron muchas. El porqué de la distancia, de las largas ausencias. La razón que la motivó a continuar asumiendo la lucha armada a pesar de su nacimiento. Por qué no buscó la forma de quedarse junto a ella para criarla, para verla crecer. Pese a todos estos cuestionamientos, al reencuentro tenso e incierto, lograron restablecer el vínculo y desde el 2018 viven juntas. 

No fue igual para Camila, quien al ingresar a la insurgencia dejó a su pequeña hija al cuidado de su abuela y su abuelo. En este caso, el reencuentro, que se dio luego de una separación de veinticinco años, estuvo lleno de expectativas mutuas. Aunque hubo abrazos y la ternura propia de un momento anhelado por años, la relación ya estaba rota. Los reproches y la tajante negativa a establecer contacto por parte de Jenifer, la hija de Camila, no cedieron. Su madre le explicó sobre la distancia geográfica, las amenazas de los paramilitares sobre su familia y todas las circunstancias de la guerra que no le permitieron estar cerca, pero el daño parece irreparable y sin ayuda psicoterapéutica alguna, la esperanza parece nula. 

Afrontar esta realidad para Camila ha sido complejo, sin embargo, a sus 50 años continúa estudiando para graduarse de la secundaria, al tiempo que sigue desarrollando junto a otras excombatientes un proyecto productivo en el que cultivan y comercializan plantas aromáticas. Camila afirma que su verdadera familia está ahí, en el centro poblado donde habitan y desarrollan su proceso de reincorporación a la vida civil. Pese a todos los incumplimientos por parte del gobierno colombiano con los firmantes de la paz y la zozobra por los asesinatos continuos a exguerrilleras y exguerrilleros, que ya suman doscientos cincuenta y dos, sigue construyendo, aportando y sonriéndole a la vida, con el ímpetu que, como dicen quienes la conocen de años, siempre la ha caracterizado.

La osadía de parir en medio del conflicto social político y armado colombiano ha tenido en muchos casos un costo emocional muy alto. La imposibilidad de asumir la maternidad desde el cuidado y el acompañamiento de hijas e hijos, ha generado un dolor que en algunos casos ha llevado a jóvenes de esa generación a fuertes depresiones, trastornos de la personalidad e incluso intentos de suicidio.

El abordaje de esta realidad en el país es nulo, el acompañamiento desde el estado inexistente. La respuesta común es ignorarla, trayendo sobre las personas implicadas una suerte de desolación, vergüenza y confusión. El silencio como respuesta no ayuda a quienes callan de dolor sin tener una ruta psicosocial donde apoyarse.

Traspasar la frontera de la separación, el desplazamiento y la persecución impuesta por el conflicto interno se hace necesario, y aunque el daño causado es enorme, aún se puede aportar a minimizar para que la sociedad colombiana sane. Recomponer este tipo de relaciones rotas por la guerra y sus causas, se hace urgente para restablecer el tejido social en la búsqueda de construir la esquiva paz para Colombia.