INSTRUMENTOS PARA MEDIR EL VIENTO
Freddy Ayala, Ecuador
15 de enero 2021
El día era una figura de yeso en las embajadas del océano. Los ojos de un artesano partían la historia: ahí solo cabían el silencio y las bóvedas. Lentamente, la tierra envolvía en un poncho el mapa de las constelaciones: era la época de trazar bajo la lira el sonido de un cuerpo, aquel buscador de estrellas que daba acordes en las cicatrices de un pergamino. Era tan solo de bajar los ojos y desenterrar la sombra que recogía el arcaico oído de un niño. Y la palabra era el imposible retorno a las voces: la oxidación que cubría la impronta serenidad del agua.
Mientras tanto, los navegantes hacían flotar en el madero sus cuerpos; se habían dedicado a recoger palabras en el mar:
(…y tan solo en latín abrieron las bocas de un lápiz, y tan solo en árabe descifraron la palabra del sufí, y tan solo en arameo quemaron páginas en una caverna, y tan solo en maaya t’aan revelaron amaneceres en la sangre de los códices, y tan solo los emisarios del kichwa, y tan solo la resonancia de plumas en los yutonahuas, y tan solo en aymara tejieron una ciudad para el istalla, y tan solo en yoruba cantaron con el agua, y tan solo en portuñol rompieron el mundo con los tambores, y tan solo en mapudungún nombraron a las piedras, y tan solo en guaraní grabaron jaguares en el cuerpo…)
Y tan solo la angustia de cortarse la lengua con el óxido sin escrituras en el amuleto del cuello La herida de una sílaba agrietaba los esqueletos. que fijaron su estancia en la sombra
Algunos ayunaban cuando se ponían el atuendo de las voces. para enfrentarse a la historia
Las lenguas estaban postradas en los tableros
La historia caníbal de la historia comiéndose migajas en la página del escriba caníbal el tiempo de los números sumerios
El océano se arrugaba por las encomiendas que navegaban al continente tornasol
y en el Escorial habían convocado a un claustro donde se dictaminaban los adjetivos del horizonte
y los carpinteros ya marcaban las nomenclaturas de la geometría y raspaban la infinitud de una sinfonía en los azulejos preguntaban en los templos por la línea que seguían las palabras luego de ahuyentarse del vinagre de las pieles
Bajo tierra las cerámicas perdían el color de los cuerpos que confesaban su devoción por el viento. Herramienta de los huesos era el frío.
Y las nueces salpicaban lentamente en los oídos de la flauta primitiva. Tantos siglos en la residencia de las voces desatando un idioma en el nudo de las sogas.
Y entonces, los instrumentos de metal viajaban envueltos en la capucha de un monje y viajaban, también, los códices y la cartografía de quienes habían partido una calavera en el centro del cosmos: el mundo estaba dividido por la línea de un eterno paisaje que desconocía la luz, pero los relinchos de un corcel anunciaban la extinción de las edades; un pálido anuncio en los retablos era la angustia arrimada a las piedras. Había que escuchar al océano para nombrar la orfandad del siglo mientras el viento traficaba las letras y los números.