el fango
Gala Montero, Chile
15 de enero 2021
Una cabaña con una mujer dentro de ella, en medio de la nada.
No, así no podemos comenzar, digo yo de inmediato e impaciente.
Una mujer, dentro de una cabaña, sola, en medio de un bosque muy lejos de la civilización.
Silencio.
Nos miramos a los ojos hasta que no puedo sostener su mirada, miro mi rodilla derecha y luego la punta de mi zapato.
La palabra “sola” está demás, replico yo a la vez que fijo otra vez mis ojos en los suyos. No es necesario advertir la situación existencial en la que ella se encuentra, ya que al presentar los hechos, el espectador, en este caso el oyente, tiene la posibilidad de asignarle a la escena libremente los atributos que más le parezcan.
Pero el hecho de que la mujer está allí físicamente sola, es decir, que no hay nadie más con ella, no implica de por sí que se sienta sola, o que esté sola en el mundo, replica ella. Es cosa de interpretación. Es solo una imagen. Cada vez que haces una interpretación desde tu posición de autor, viene desde tu propio sentir. Y no me refiero a cómo tú te sientes como persona, sino a cómo sientes y te pesan las palabras, y las imágenes que ellas ponen en tu cabeza.
Es solo una cosa de interpretación, digo en voz baja, al mismo tiempo que Flavia se levanta y sale hacia el patio a fumar.
Pienso que las palabras y su significado nos resuenan en algún recóndito lugar de la memoria. Allí, donde hay caos y todo se confunde; allí, donde es posible asignarles un contexto, una sintaxis, quizás de una manera subjetiva, sí, y desde ese lugar ya no es posible determinar dónde comienza la ficción y termina la realidad. A esa frontera le llamo yo el fango y quiero creer que es un lugar, como un pantano quizás, al cual entraste sin querer, por error, y en el que te vas hundiendo y del que no puedes salir más.
No, no. Lo de la muerte por asfixia no entra en la analogía, por lo menos no todavía, le digo a Flavia, quien se encuentra apoyada en el marco de la puerta, inmóvil, mirándome con las manos en los bolsillos de su chaqueta de jeans.
A veces pienso, o siento; no, más bien pienso que me estoy enamorando de ella y que va a llegar un momento en el cual ya no vamos a poder seguir trabajando juntos. Otras veces fantaseo con la idea de que su matrimonio va de mal en peor y que un día llega, me dice que se siente mal y que la abrace. Hace algunos días llegó tarde a nuestra reunión de trabajo. Yo esperaba unas disculpas o una explicación quizás.
¿Todo bien contigo?
Sí, contestó ella mirándome con sus ojos enormes y una sonrisa ambigua, que no es falsa, solo muy difícil de interpretar. Me cuesta leerte, le dije. Podrías haberme avisado que llegarías tarde. Primera vez que digo algo así, porque claro, era la primera vez que llegaba tarde. Ella miró hacia el costado y se puso seria. Luego se paró de la silla y simplemente dijo que había fallecido un pariente cercano. Yo pasmado la quedé mirando y le dije lo siento, sintiéndome culpable por esos segundos en que quise que sintiera mi molestia por la espera.
Párate, me dijo.Y lo hice, algo escéptico, agarré mi cuaderno, lo guardé en el bolso. Quisiera dar una vuelta, Christoph, dijo en voz baja, ¿vamos a caminar por el parque? Fue el primer día, desde que comenzamos a trabajar en los libretos que conversamos sobre cosas personales y dejamos la ficción de lado.
Flavia vuelve a la mesa de trabajo que hemos improvisado desde ayer en una sala de teatro de un conocido, desde que en la universidad descubrieron que no éramos estudiantes y nos pidieron amablemente que no volviéramos a la biblioteca. Se sienta y yo le digo que puede fumar aquí, si lo desea, que el director del teatro siempre lo hace.
Estamos situados en el escenario, en una mesa, con dos sillas, hojas en blanco, hojas rayadas, cuadernos, lápices, lápices de colores también, porque Flavia solo trabaja con lápices de colores. Hemos prendido las luces de teatro, ya que la luz de la sala se ha echado a perder. No hay ensayos, ni funciones. Al parecer, el teatro va a cerrar en cualquier momento. Cuando consulté si tendrían un espacio que nos pudiesen facilitar en algún horario decente, quiero decir de día, me pasaron las llaves de inmediato y solo me pidieron que avisara con un día de anticipación cuándo vamos a estar acá. Prácticamente estamos solos y si quisiésemos, si hiciese falta, podríamos incluso pernoctar acá. Hace cuatro años montaron una obra mía con relativo éxito. Supongo que fue en la época dorada de este teatro y claramente en mi época dorada como dramaturgo.
Estamos entonces en el 2078.
Estamos en algún país, un país de Europa occidental. Estamos en Alemania, que todavía existe como unidad geopolítica.
Es invierno.
No. Mejor estamos en Chile, digamos que estamos en algún pueblo cercano a una gran ciudad, a la capital, por ejemplo, Santiago de Chile.
¿Por qué en Chile?
Porque esta vez vamos a necesitar un desastre natural. Un terremoto o un tsunami, los dos.
De acuerdo. El clima en el pueblo entonces ha sido lluvioso y frío durante días, y se está volviendo aun más frío.
Es de noche.
Uno de los personajes principales llama por teléfono desde la habitación de un hotel a su prometida, que es también un personaje principal. Digamos que son solo tres personajes principales en esta historia. Ella no coge el teléfono y él insiste. Va hacia la ventana y la abre. El sonido de la lluvia se hace más intenso. Enciende la luz. La habitación está casi vacía, incluso limpia. Se puede ver una mesa con una silla, y el equipaje sobre la cama.
Recuerda que no vas a poder mostrar los cambios de luces. Hay que darle prioridad a los sonidos.
Lo sé. Pedro, se va a llamar Pedro, toma su equipaje, sale de la habitación y camina hacia la recepción. Sale del edificio con rapidez. Al otro lado de la calle está su auto estacionado. Pedro se sube a su auto, enciende el motor y un cigarrillo. Va en busca de Marion. ¿Te gusta Marion, el nombre?
Marion está en una cabaña pequeña de una habitación en medio de un bosque, haciendo una llamada telefónica con un celular. Hay una cama, una cajonera, un colgador y una mesa. Arriba de ella una fuente con manzanas verdes. Verdes y rojas.
Su voz vacila y se escucha entrecortada. Marion se quita el teléfono móvil de la oreja y lo apaga. Luego va al baño, directo al lavabo, pone el tapón y echa a correr el agua. Se mira en el espejo. Toma un labial de color burdeo y se pinta los labios. Cierra la llave cuando se ha juntado suficiente agua en el lavabo y sumerge el celular. El celular se hunde poco a poco en el agua hasta tocar el fondo.
Marion busca su bolso y saca de él un porta documentos, dinero en efectivo y un pasaporte. Guarda todo en un cajón. También un manojo de llaves. Recoge la ropa que está sobre la cama, la dobla rápidamente y la guarda. Luego toma dos manzanas y cierra el bolso. Alguien toca la puerta. Da una última mirada a su alrededor por si se le queda algo. Se pone el abrigo, el sombrero y sale. Cierra esa puerta por última vez.