El espacio fronterizo como gesto radical
Andrea Balart-Perrier, Chile-Francia
15 de enero 2021
Vivo en el espacio fronterizo. Donde nace lo nuevo. Me he situado en él de forma voluntaria. Buscando formas inesperadas. Intentando llegar más lejos de lo explorado. De lo que contiene mi savia. Fui avanzando en punta y codo, en silencio, y ahí estaba lo frondoso, en las líneas sinuosas.
Se me ha llamado a salir, a pertenecer, a reconocer, se me ha interrogado bajo la luz que enceguece, pero no confesé, pero no di mi brazo a torcer. He terminado por instalarme en el limbo eterno.
Crear, se llama espacio fronterizo como voz que sale de tu cuello desnudo y se transforma en palabras que flotan.
He tenido que moverme, dejar atrás. Observar, y tantas veces actuar con sigilo, porque el espacio fronterizo para una mujer es más profundo en su constitución difícil que para otros. Es necesario levantar la mano y extenderla frente a la cara para detener la ventisca y que esta no entre a los ojos.
Consiste en estar en la mira, realizar un compromiso aún más drástico que instalarse solamente a la intemperie. Esquivar las balas de los cazadores furtivos, y los dueños de terrenos aledaños.
El espacio fronterizo tiene un componente ineludible: muchas preguntas. Interrogatorios, de dónde vienes, quién eres, qué haces. Por qué. Demostraciones. Exhibir credenciales. Capacidades. Los títulos no bastan. Ir abriendo camino a machetazos en la selva impenetrable. Saltar vallas. Alambres de púas y altos muros.
Con el tiempo se esfuman. Uno termina sintiéndose a gusto. Es un espacio que rima con desafío y libertad. Una mezcla óptima para invitar al movimiento y al barco que zarpa.
El espacio fronterizo es un estado de no clasificación. Es un estado musical de poesía. En él puedes ser el poema. Porque los poemas viven en las fronteras. Se nutren de su carne y de la exaltación interior de quien no está en ningún lado. Cuando no estás en ningún lado puedes estar en todos. Consecutivamente transformarte. Dejar entrar, agrandar la fiesta y hacer explotar las máscaras. Tomarlo todo y celebrar lo inefable. Lo que nace y muere en el espacio fronterizo y en ninguna otra parte.
El espacio fronterizo es un estado permanente. En él la fiesta se sucede con regularidad. La fiesta continúa. Lo eterno se vuelve interrupción. Hay que estar preparado para la ocasión. Entrenarse en el arte de justificar hasta darse cuenta que ya no es necesario. Que la velocidad se vuelve supersónica y ya no hay cómo parar ni hacer concesiones. En ese maravilloso espacio hay amistad y palabras. Hay señales coloridas y misterios develados.
Tus afectos esparcidos en el mapa es el espacio fronterizo. El entender a veces a medias lo de uno y otro lado es el espacio fronterizo. Tu soledad y tu estadía en sus brazos es el espacio fronterizo. La periferia es el espacio fronterizo. La ciudad entre la gran capital y el campo es el espacio fronterizo. El baile entre disciplinas es el espacio fronterizo. Un texto que no se acomoda en las reglas es el espacio fronterizo.
El interregno entre la novela, la norma, el tratado teórico y toda la poesía es ese espacio. Ser una escritora no conforme lo es. El caminar oscilante entre la dispersión y el método, también, la contradicción esencial entre el gozo contingente y el rigor de la escritura.
Quien está en el terreno impreciso es usualmente ignorado. Se busca la definición y lo nítido. Te apuntan pero sin mencionarte. Desapareces entre la neblina provocada. Pero ahí estás. En la sintonía y el magnetismo.
En esa extensión intermedia es donde resucita lo muerto. Lo que quisieron quitarte al condicionarte. Al mostrarte caminos estrechos. A esa zona sin orden te puedes entregar como a un amante encendido. La creación toma la forma que es la sin forma. Ya no eres una mujer. Eres mucho más. Eres una verdadera mujer. Te expandes. Hay el grito y el canto indeleble. En el espacio fronterizo, como de espaldas a la puerta que cierras tras de ti cara a la travesía, es donde nace la esperanza.