carta para ti, que no supe darte respuestas

anónimo

12 Octubre 2021

Escribir cartas tiene algo de hipnotizante. No puedo evitar el ramar, el remar entre el follaje. Tal vez tampoco quiero, porque no me gusta ir al punto, porque el punto es tan definitivo. Pareciere que llegan las palabras, o las personas, a preguntarme algo, y yo esquivo, busco la respuesta entre la copa del árbol. Entre las grietas, me fundo. Hago gala de mi nada que se rastrea desesperadamente para evitar ese centro tan absoluto que es el llegar, o la sensación de que uno ha logrado dar una respuesta. Es tan contradictorio amar la lengua y la palabra que es al mismo tiempo suave ruido que denso silencio.

Una palabra ahí suspendida en la nada de un espectacular o en la hoja en blanco, o en el muro ficticio de tu rostro. Suspensa. Inmóvil. Flotando. Con su espantoso silencio. Con su apabullador ruido. Y te escribo, en singular, esta carta, para platicarte mi asombro ante tal hallazgo de mirarme desde afuera y saber que estoy desquiciado, dislocado. Como un plasma que separa mi vista del caracol de los infinitos laberintos. Como si de un tiempo para acá viajara hacia mi centro. Como si mi esfera, mi esphera, en su girándula hacia dentro, fuera también una hélice. Hélice, quizá sea esa la palabra. Y en sus pétalos filosos se llevara la capa del afuera, rebanándole el gesto, al descarnarse: un cardo en fisión. Una esphira o broca. Un tornado.

Cuánta distorsión, cómo es la densidad del espacio, que la luz, o cualquier onda, que atraviese, si es que atraviesa, esa densa piel cósmica, llega transformada en arruga. En tiempo. Para regresar a tu más antiguo niño tienes que viajar en los pies de tu más reciente viejo. Ser recién nacidos y contestar con gruñidos y balbuceos, ruidos o silencios, las preguntas del ahora. Estar suspendidos en la boca del cosmos. Abajito del ombligo. En el amnios de ese espantoso silencio que esphira. Suspensos en una palabra que te llama. Oye. Di algo. Mira. ¿Puedes olerlo? Llámalo. Dile que venga. Y no, silencioso, absorto en mi ruido, remo. Frondo. Estoy en la perispheria. Ando por las ramas. Mareo. Ondulo. Me muevo. No voy al punto. Me alejo. Floto justo en el límite, ahí donde desaparece la palabra.

Esta carta buscaba ofrecer disculpa por esta, mi propensión, pero nada. No llegué a un punto que me ayudara a entender cómo es que puede lesionar mi ojo lleno de dientes. Tan mudo y bullicioso. Es, me parece, sólo síntoma del nudo eterno de mi ombligo, aunque también puedo colocar la palabra “laberinto”. Ahí donde todos los tiempos en su holgura permiten el libre-paso. Por eso, sabemos, las palabras están hechas de éter.  

Esta carta abierta es para ti, que no supe darte respuestas.

Peri s pheria, año 1 después de la pandemia.

Nación de los Poetas y los Pueblos.