cantata de la primera puerta
Andrés Cisnegro, México
15 de febrero 2021
Y érase que el primer muro fue una puerta.
En la caverna del invierno, con una fogata
por corazón, dibujé en las paredes señales
de la vida: el movimiento de los animales
es decir, de todo lo que se mueve y se anima
igual que yo, allá afuera, distante de mí.
Aunque a lo largo de la vida, descubrí
que las piedras también se mueven.
Fue entonces la primera puerta una piedra
porque una noche se desportilló la montaña
y las rocas cubrieron la entrada de la cueva.
Con una canción intenté horadar su dureza.
Sólo un hueco minúsculo logré y el viento
sopló un secreto que me reveló el infinito
el adentro-afuera, el tan cerca y tan lejos.
Y en mi soledad, sobreviví con pura agua
que lentamente también se volvió piedra.
Y canté, ese fue mi único alimento, la sal
la sed, el deseo de retornar a los árboles
que me vieron nacer, y me mecieron
en su pelambre majestuosa y danzante.
Ese mismo viento que meneaba sus copas
ahora me visita a través de un orificio
que cada día se hace más grande
con mi canto, con mi llanto.
Fue el canto entonces la primera puerta.
Y logré salir a la intemperie, aunque desesperado
otro día regresé a la caverna para guarecerme
de la lluvia que de tan amorosa me fue devastando.
Entre lágrimas y gotas duras
⸻sólo con canto, cantando solo⸻
quise abrir aquella puerta
que en mi corazón se había cerrado
y que sofocaba mi frágil fogata.
Y canté, canté hasta que se abriera
hasta volver polvo la gran roca
hasta no dejar ningún muro
aunque entre el fin y el principio
entre el ir y el venir se formara
como un laberinto la memoria.
Y vino un oso a buscar su guarida
y añoré aquella piedra: era mi miedo.
Y desee aquel derrumbe que un día
me encerró y alejó de otros animales.
Pero entonces canté y el oso al escucharme
danzó conmigo y me arropó entre su pelo
y compartió sus peces y yo compartí mi fuego.