Así muere Peter Pan

Arturo Trapote, España

4 de julio 2024

Pasaba las vacaciones de verano en la casa que le había visto crecer. Por las mañanas, vencía al bravo calor con baños en el mar y se secaba cerca de su orilla. Disfrutaba del efímero momento que transcurre en calma entre la humedad fresca y el nuevo sudor sobre la piel, y se aseguraba de memorizar esa sensación para evocarla después, en los momentos más grises.

Las noches, sin embargo, eran otro cantar. No era el peso del ambiente cargado de su habitación infantil sin aire acondicionado lo que le impedía pegar ojo, sino las expectativas de toda una niñez y una juventud temprana que colgaban, incumplidas, de las paredes.

Al fijarse en la decoración de su cuarto mientras las recordaba, se sentía un extraño. Se preguntaba si él era la misma persona que el adolescente que los cuadros y los muebles le contaban que fue. Aquello le hacía cuestionarse, entonces, el protagonismo de la persona que era en su presente y si tenía algún sentido estar orgulloso o no de ella si, de todas formas, se convertiría pronto en otra con nuevos sueños frustrados a los que honraría con la penitencia de unos párpados abiertos en ese mismo dormitorio.

Pasar demasiado tiempo en el mar de los sueños tiene sus riesgos. Pueden hacerte creer que tienes el poder de transformar su inmaterialidad y, de repente, se convierten en metas. Y las metas no tienen sentido, porque la vida es un conjunto enrevesado de caminos hacia Ninguna Parte, muy lejos de Nunca Jamás. Y, sin embargo, una persona sin sueños que perseguir es una persona vacía.

Esa noche, acalorado por aquella contradicción y con los ojos clavados en las pegatinas de planetas y estrellas de su techo, sus sueños le devolvían dos reflejos, dos posibles yos: el de la persona frustrada que no lograba alcanzarlos, o el de la persona que sí lo hacía y acababa decepcionado al darse cuenta de que los había idealizado y que no habían merecido la pena tanto sacrificio. Se preguntó entonces si quizás la vida funcionaba en realidad como una impresora 3D y él era el resultado de varias capas formadas por las personas que había sido, personas que ocupaban el mismo cuerpo pero que habían emprendido caminos hacia sueños distintos, capas superpuestas de viajeros frustrados que acababan su en el mismo punto: la Tierra de los Adultos.

Al convertirse en uno, se había dado cuenta de que convertirse en adulto era, en realidad, ser un niño que se va vaciando de ilusión a lo largo de la vida, y cuya sequía oxida tanto su espíritu como su cuerpo, que envejecen hasta que uno ya no puede reconocerse en el reflejo que le devuelven los objetos y muebles de la habitación de su niñez.