32 MUERTOS ENTRE CUSCO Y AREQUIPA
Rodrigo Ramos, Chile
20 febrero 2023
El bus avanza despacio. Por la ventana veo aparecer los cadáveres tapados con mantas a un costado de la carretera. Al otro lado del asfalto se ve un camión volcado. Cerca de él, un bus, también volcado, tiene la parte delantera destruida. Los asientos están repartidos a varios metros de distancia. Nuestro bus se detiene. A los minutos entiendo que la detención es por solidaridad. La tripulación baja para ayudar.
Percibo la dimensión de la tragedia a través de los rostros que avanzan tristes por el pasillo del bus. Algunas personas tienen heridas leves. Otras están manchadas con sangre. Me fijo en una madre indígena que carga a su hijo en brazos. La mujer se sienta en el pasillo, en la parte delantera. El chico no debe tener más de cinco años y parece quieto, demasiado quieto. Un gringo le ofrece un tarro con papas fritas. El chico agarra el tarro.
Queda la sensación de que pudimos ser nosotros los desafortunados. Levanto la palanca del asiento y este se endereza junto a mi espalda. Por mi columna pasan shocks eléctricos que me llegan a la cabeza en forma de flashes: imágenes de lo que pudo ser, estar del otro lado tapado con mantas. Me fijo en Elena sentada a mi lado; está abrigada, tiende a encogerse y a adoptar formas enroscadas como si estuviera en el estómago materno.
Recuerdo la última comunicación con mi hija al otro lado de la frontera: «Te amo papá, regresa pronto, cuídate y tráeme la muñeca que llora». Le llevo una muñeca de lana que elegimos con Elena.
Son las seis de la madrugada. Por la ventana embadurnada de humedad percibo los Andes. La cordillera es el marco de la tragedia. La tierra del altiplano es dentuda, amarillenta, dura y hostil. Unos turistas españoles comentan lo terrible de morir en un lugar tan lejano e inhóspito. Se habla de que algunos de los muertos eran europeos.
La azafata avanza hacia el fondo del bus con el chico que comía papas fritas. Lo lleva en brazos, envuelto en mantas, tieso y mudo como una momia. Detrás va la madre que avanza lento. Llegan a la última butaca del bus. La azafata le indica a la mujer que se siente. La madre se sienta al lado de una sorprendida gringa que no atina a nada. El chico llora como quejándose. Deducimos que algo le duele, que con algo se golpeó en el accidente. La gringa le explica en espanglish a la azafata que no tiene problemas en seguir el viaje de pie y cede su asiento al niño. El llanto marca el fin de la noche para los que aún dormían.
Con Elena abordamos el bus en el terminal de Cruz del Sur en Cusco. Habíamos estado bebiendo en un bar frente a la plaza y se nos pasó la hora entre chilcanitos. Para ahorrarnos el hotel pasaríamos la noche en el bus, tal como habíamos estado haciéndolo durante el resto del viaje.
Queríamos estar al otro día en Arequipa y luego seguir a Tacna. Una vez arriba, discutimos sobre nuestro frustrado (por presupuesto) viaje a Macchu Picchú. Bebimos pisco peruano con bebida blanca y nos quedamos dormidos, aturdidos. El bus comenzó a dar vueltas, a redondear cerros, frenar, bajar y subir. Avanzábamos por las curvas que irremediablemente conducían al accidente. El bus que chocó partió media hora antes que el nuestro. Nosotros nos habíamos retrasado por un chilcanito extra.
Poco antes de la seis de la madrugada nuestro bus se detuvo. Se escuchó la voz de un hombre reclamando. Avanzamos lento hasta que nos despabiló la tragedia. Tras un par de segundos de contemplación ahogada, pensé en sacar la cámara fotográfica. Una simple foto del accidente con los cuerpos destrozados a medio tapar, incrustados con fierros o achicharrados, como al otro día publicó la prensa peruana en sus diarios sensacionalistas.
«Casi un centenar de personas resultaron heridas en un accidente de ruta ocurrido al sur de Perú», informó la Policía de Carreteras. Perdieron la vida 32 personas, entre ellos dos extranjeros. Se trató de un triple choque entre dos buses interprovinciales y un camión, ocurrido de madrugada en el departamento de Arequipa. Tras culminar las operaciones de rescate de las víctimas, fuentes médicas dieron cuenta de veinte decesos, seis más de lo reportado inicialmente. La tragedia se produjo a la altura del kilómetro 127 de la vía Arequipa-Puno-Cusco, unos 1.100 kilómetros al sur de Lima. «La cifra de heridos asciende a 59», indicó la radio peruana RPP. Algunos pasajeros fallecieron cuando eran trasladados a un hospital de la zona. Entre los muertos figuran un menor de edad y dos turistas europeas.
A las once de la mañana llegamos a Arequipa con doce heridos en el bus, sobrevivientes de una de las peores tragedias carreteras de los últimos años en Perú. Nos salvamos por un chilcanito.